Queremos hacer público nuestro apoyo a los cuatro trabajadores
municipales despedidos en el Ayuntamiento de Pinto y queremos a la vez
hacer público nuestro desacuerdo con cualquier acción similar en cualquier
Ayuntamiento.
En Pinto se ha cometido un error, un gran error, de fondo y de forma,
que tiene mucho que ver con el peculiar modo de entender la política que
tenemos en nuestro país. Despidiendo a estos cuatro trabajadores se ha
cometido un error lleno de aristas que lo agravan y dañan también a quien ha
infligido el golpe, lo dañan en la imagen, en la responsabilidad, en la equidad,
en la humanidad y en la lógica. Por la forma en que se ha llevado a cabo, por
la unilateralidad con que se ha decidido, por lo sospechoso que parece, por la
parcialidad que demuestra, por el desprecio que implica hacia el empleo y el
trabajador públicos… es un grave error que da la razón a quienes piensan que
el político local está en manos de su propia ambición, de su propia venganza y
de su propio partido, al margen de su responsabilidad, de su contacto con la
tierra y de su dignidad como representante ciudadano.
Despidos fulminantes, sin aviso, alternativa ni negociación, cuando se
había proclamado hace meses que no habría ningún despido, cuando se
publican las gratas cifras de la buena gestión presupuestaria, cuando se
contrata por la puerta de atrás nuevo personal de confianza, cuando los
despedidos coinciden como afiliados a un nuevo sindicato inconformista y muy
crítico con el gobierno local y no solo con él, cuando hay plazas pendientes de
cubrir en otros departamentos, cuando resulta que parte de su trabajo, ya
prescindible, lo intentan desviar a otros compañeros… No, despidos así no son
de recibo, no son maneras, no se puede permitir.
Un trabajador municipal ya está a merced de los cambios que un equipo
de gobierno decida hacer, por el motivo que sea, en su Ayuntamiento; son
pocos los empleados públicos adscritos a algo más que a una categoría laboral
(a veces ni eso), nada de un departamento, un edificio o un puesto de trabajo
específico (en el ámbito de las bibliotecas municipales, por ejemplo, se ve esto
con claridad meridiana), nada de un turno inamovible, ni una jornada ya;
cualquier condición laboral puede ser modificada sin demasiada justificación
por parte del concejal responsable. Por eso, por lo fácil que es adaptar al
trabajador entero a las prioridades o caprichos de un equipo de gobierno,
resulta bastante ofensivo el despido de nadie. Un Ayuntamiento tiene una
posibilidad de sacar rendimiento a sus recursos y a su plantilla que no tiene,
posiblemente, una empresa privada, y no debe, no es justo ni serio hacerlo,
añadir o suprimir servicios a su antojo, porque para ello utiliza recursos
públicos, no propios, de los que es responsable, y personas que desean y
necesitan estabilidad, seguridad, respeto. Un Ayuntamiento tiene un
compromiso ineludible con sus trabajadores y con sus servicios, y únicamente
respetando ese compromiso podrá trabajar dignamente para la comunidad a la
cual representa. Y todo esto se lo ha cargado de un plumazo el equipo de
gobierno pinteño.
Las necesidades organizativas aducidas son bastante endebles, a
nuestro juicio. ¿Un día necesito un conductor y otro dejo de necesitarlo y lo
despido? ¿Creo un departamento, destino a él a un grupo de trabajadores y un
buen día decido externalizarlo y despedirlos? No, ni hablar, no es serio, no es
aceptable.
Aparte de cuestionar la necesidad de privatizar un servicio como el
implicado en este caso, es conveniente recordar que una práctica habitual ante
las privatizaciones es negociar con la empresa adjudicataria la absorción de los
trabajadores. Los motivos son evidentes: garantizar el trabajo de los
empleados y aprovechar su conocimiento del trabajo en cuestión. Las
consecuencias de esto también son evidentes: trabajarán igual o más por el
mismo salario o menos, pero el agradecimiento está garantizado en vista del
panorama. Pero antes de llegar a eso, lo ideal sería estudiar con detenimiento
y seriedad cualquier intención de externalización de servicios, sería deseable
cierto nivel de negociación en busca de consenso, con las demás fuerzas
políticas y, por supuesto, con los trabajadores; sin embargo eso es política
ficción en nuestro país; la concepción cainita de la política que se tiene por
aquí hace imposible ese tipo de responsabilidad, la ostentación de poder, por
local que este sea, es una tara congénita en nuestros ediles.
El desprestigio del empleado público, de cuyo colectivo formamos parte,
se debe a tres motivos muy bien identificados: irregularidad en el acceso al
trabajo, relajación en el ejercicio del trabajo y perpetuación en el puesto de
trabajo. Los tres motivos forman una cadena de agravios insufrible para el
ciudadano, a los tres han contribuido todos los partidos que alguna vez han
gobernado y, como suele pasar con otras cosas, el cumplimiento de esos tres
“requisitos” son tan llamativos que eclipsan el trabajo bien hecho y los
procedimientos bien desarrollados que definen realmente el empleo y al
empleado públicos. Así, también en este caso se compara lo ocurrido con
cualquier otro despido en la empresa privada, se oyen críticas por la inmensa
movilización, el apoyo y la publicidad que reciben los despidos de empleados
públicos, frente al silencio y el aislamiento de los despidos “privados”, y con
razón, la utilización partidista y política de aquellos no se dan en estos;
además, el miedo a las represalias es más feroz en el ámbito privado y
también el individualismo se ha alimentado más y mejor en ese ámbito, por no
hablar de esa gran diferencia de fondo entre lo público y lo privado que son el
ánimo de lucro y la propiedad del dinero. Pero, a nuestro modo de ver, lo
correcto es esto, lo que está pasando en Pinto, el apoyo y la protesta, la
indignación y la movilización, ante unos despidos innecesarios, injustos,
interesados y mentirosos.
Por todo ello, pedimos la readmisión de los trabajadores despedidos.
Fernando Ferro y Carlos Lapeña.
Pinto, a 27 de Mayo de 2014.
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